Este 4 de agosto se estrenó en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida La Guerra de las Mujeres, una adaptación de Miguel Narros de la obra Lisístrata de Aristófanes, con música de Juan Carmona (hijo).
Gracias a que estoy de becaria este verano en la delegación territorial de RTVE en Extremadura, estoy pudiendo asistir a casi todas las obras de teatro que se estrenan en el marco de este festival, y esta ha sido, con mucha diferencia, la mejor.
Anteriormente hemos visto, por ejemplo, Alejandro Magno, una obra repleta de actores famosos procedentes de series de televisión de éxito como Félix Gómez, Aitor Luna, Diana Palazón, Amparo Pamplona, etc. Todos fuimos con muchas ganas a ver la obra, no solo por ver a estos actores, que fueron simpatiquísimos con nosotros, sino porque nos habían hablado de la grandiosa puesta en escena y de la historia espectacular que nos iban a contar a través del lado más humano de Alejandro Magno... No sé cuántos miles de euros pudieron gastarse en contratar a tanto actor famoso (aunque la mayoría mediocres), en poner dos espacios enormes de agua simulando dos ríos, en ropa ¡de Paco Delgado! (¿de verdad era necesario contratar a un diseñador de Óscar?), etc. Que si te lo puedes permitir, no pasaría nada si luego hubiera estado acompañado de una trama y un guion igual de espectaculares. Pero resultó ser una sucesión de hechos no solo horriblemente predecibles y por tanto aburridos, sino mal contados, con diálogos evidentes que me recordaban a los de las telenovelas (ya te dije ayer que Luis Alberto que es mi hermano no quería que hisieras esoo). Un continuo diálogo de besugos: Una princesa le pide a Alejandro que no luche más, él le dice que es su deber y su destino y el hermano de la princesa no quiere dejarse someter por Alejandro, y así sucesivamente. No estaba masticado, era un puré de patatas muuu pochas. Aburrimiento.
Otro ejemplo del teatro chabacano, vacío y mal adaptado fue Los hilos de Vulcano, la obra protagonizada por Verónica Forqué (que aunque me sigue encantando, descubrí que es exactamente igual que en las películas). Aunque es cierto que las comedias clásicas tenían un humor que ahora no se entiende igual, al que no le vemos gracia, etc. fue otro derroche de atrezzo, ropas y famoseo sin nada detrás, nada más allá. Puede que al ser de Granada y haberme criado con el teatro de Lorca, sienta no solo la exigencia sino también la necesidad de que el teatro transmita algo. Pero el caso es que fue más o menos lo mismo que haber pasado esa noche viendo Sálvame: lo ves, te ríes, y pasas a otra cosa, sin más aprendizaje, sin más reflexión y sin más nada. Y aclaro, que sí que hay comedias capaces de hacer esto aunque el objetivo sea (también) hacer reír.
| Fotos de Alejandro Magno |
Y entonces llegaron los gitanos. Puesta en escena, graciosa y llamativa, pero en realidad muy sencilla y barata (consistían en los propios andamios de la iluminación pintados de colores y sacos grandes pintados también, y ya está), artistas de toda la vida, con recorrido y auténticos (sin poses ni grandilocuencias); y una música, de verdad, excepcional. Ya desde que en la rueda de prensa, todos los que intervinieron hablaron de los demás con una familiaridad y cercanía enormes, se podía adivinar que esta no iba a ser una obra de teatro "super fantástica", llamativa, espectacular y televisiva, sino que iba a ser una obra de verdad, con su forma y su fondo, con su reflexión y su corazón. Y lo curioso es que esto hizo que, precisamente, también fuera espectacular.
Pensaba que iba a ser una obra de teatro normal y corriente con la inclusión de algunas canciones de Estrella Morente. Sin embargo me encontré con una obra totalmente homogénea en el buen sentido; es decir, no había "cortes" entre las partes cantadas y habladas, sino que, por el contrario, no había una delimitación clara entre ambas partes, era todo una unidad narrativa, que iba y venia entre el diálogo y la canción sin que te dieras cuenta (y así es como creo que deberían ser todos los musicales). Esto fue lo primero que me cameló de la obra: el ser capaz de narrar solo con la música en directo de Ketama y la interpretación de Estrella Morente (principalmente), sin letra ni diálogo. Un detalle: los músicos entraron al escenario durante una batalla como parte de la obra, cubriéndose la cabeza con los instrumentos musicales, me partí de la risa.
La obra comenzaba con una saeta que, aunque a mí no me suelen gustar, ponía la piel de gallina y transmitía esa exaltación de los sentimientos tan característica del flamenco y la raza gitana. Era una tragedia griega escenificada e interpretada a la perfección, metiendo al espectador en ese sentimiento poco a poco y sin que se diera cuenta, eso es lo que hace mágico al teatro bien hecho. Pero es que además hay un sentimiento, imposible de describir, que solo puede transmitirlo el flamenco, una música por tanto perfecta para una tragedia griega. Terminó Estrella Morente con una canción preciosa que, más que escucharla, pensaba en lo bien que estaría poder tenerla en mp3 para escucharla todas las veces que quisiera. La letra de dicha canción además tenía mensaje: el daño que hace la pasividad de los pueblos ante los problemas generales.
Y entre tanto flamenco, cuesta creer que un baile entre el burlesque y la danza mora pueda encajar, pues no solo encajó si no que maravilló. Aida Gómez, (bailarina que desconocía pero porque yo soy medio inculta no porque ella no fuera Primera Bailarina del Ballet Nacional de España desde 1985, por ejemplo), hizo que no pudiera apartar la vista de ella, casi ni parpadear, y pese a que su primer baile duraba más de 5 minutos no se hizo pesado ni mucho menos; impresionante de verdad, más no puedo decir, porque no sé nada de danza.
| Puesta en escena de La Guerra de las Mujeres |
Corramos un tupido velo para hablar de lo único de no encajó en La Guerra de las Mujeres: Antonio Canales. Pese a ser un bailaor de renombre, con una trayectoria impresionante y una carrera muchas veces premiada, interpretaba dos papeles (travesti y comisario) que no quedaban nada bien con el resto de la obra, sobre todo el papel del travesti, nada elegante ni creíble; pero es que en el del comisario tampoco se explayó mucho para lo que se esperaba de un bailaor tan prestigioso. En un momentos hasta llegó a hacer el ridículo. No obstante el cuerpo de baile, compuesto por cuatro hombres y dos mujeres, fue fantástico. Hacia el final de la obra, los cuatro hombres bailaron un taconeo impresionante, que fue definitivamente lo segundo mejor de la obra. Después de Estrella Morente y esa voz mitad dura mitad aterciopelada que escucharía horas y horas. Y no quiero dejar de nombrar a Juan Carmona, un hombre que, aunque no lo suelo escuchar, respetaba profundamente, pero ahora lo hago más y con conocimiento de causa, porque creó una hora y cuarenta minutos de música maravillosa, que variaba amoldándose a cada escena sin dejar que se notaran los cambios de una melodía a otra (¿será eso es ser un buen DJ?). Como soy así de joía, en vez de disfrutar, estuve media obra lamentándome de que no podría escuchar esas canciones nunca más. Ojalá las graben porque, tanto las que tienen letra como las que no, tienen la calidad de una Banda Sonora de cine. VIDEO: Juan Carmona pone música y arte a La Guerra de las Mujeres
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